Un pensamiento de un gran montañista




Vivirán en vano los hombres, por más que lleven una existencia segura y llenas de comodidades si se dejan que en sus almas muera el espíritu de aventura.
Para éstos no cabe la realización de mayores progresos que les permitan calar en las entrañas de la naturaleza y el espíritu. Vivirán cual ganado bien cebado y no morirán mejor.
La mitad del hechizo de escalar montañas ha nacido en visiones previas a esta práctica, visiones de algo misterioso, remoto, inaccesible, y en todo los demás planos de nuestra vida, “en esa ansia de explorar” se realiza la visión, de aventurarse lejos y llegar un poco mas allá. Lo único que justifica la esperanza del hombre de gozar la vida en toda su plenitud; esto es: Desplegar y colmar las facultades de su alma. Este espíritu emprendedor no debe permitirse que muera, si el verdadero camino y fin del hombre no ha de verse traicionado por un general aletargamiento de la voluntad y privación de los objetivos.
Y si el precio que debemos pagar para mantener vivo en el mundo ese dinámico espíritu de aventura, tiene que ser a veces la pérdida de nuestra vida corporal ¿Qué importa? Será una pérdida para buen fin.
A los que nos suceden legamos el testamento de nuestra libre voluntad.

W. M. Murray
De la conquista del Everest

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